Empecé a practicar kárate a los 15 años, cuatro años antes de conocer al Maestro Mas. Oyama.

A los 21 años dejé mi carrera como ingeniero agrónomo y comencé a trabajar como instructor en la sede de Kyokushin-kai en Tokio (Japón).

La convivencia con los veteranos en la academia duró dos años y medio y, mientras tanto, logró graduarse de 2do grado como cinturón negro. Como estaba previsto, regresé a mi ciudad natal de Fukui-ken para abrir un gimnasio.

Más tarde, me asignaron para participar en eventos sociales de karate fuera de Japón, en países como China, Australia y los Estados Unidos.

Al final de mis viajes, se llegó a un consenso de que mi destino final sería Brasil.

El 10 de octubre de 1972 aterricé en el Aeropuerto Internacional de Viracopos, en la ciudad de Campinas, en São Paulo. Recuerdo que estaba lloviendo a cántaros y estaba asustado por las condiciones del aeropuerto: aislado, ubicado en medio de una densa vegetación, nada como otros que haya visto.

Sin saber exactamente dónde estaba y sin hablar ni entender una palabra de portugués, seguí a los demás pasajeros hasta llegar a la puerta de llegadas, donde escuché que alguien decía: “¡Osu!”. Solo entonces sentí que estaba en el aeropuerto de Viracopos de verdad, y me vino la idea de que São Paulo podría ser un lugar espacioso y lleno de oportunidades.

Mi mayor sorpresa fue llegar al centro de la capital y encontrarme con altos edificios amontonados y una infinidad de autos corriendo en todas direcciones.

Por primera vez en mi vida, me sentí inseguro. Estaba condenado a quedarme en un país desconocido, cuyo idioma no conocía ni una palabra.

Sin embargo, con el tiempo fui conociendo las costumbres de Brasil, y los propios alumnos de la academia me enseñaron el idioma portugués.

Hoy puedo decir que aprendí a querer este país, que es 25 veces más grande que mi patria.

Descubrí que, en Brasil, la ley es calor humano. Aquí reina el hombre, mientras que en Japón el hombre compite con el tiempo y las máquinas. Gradualmente, me di cuenta de que la gente aquí nunca seguiría los principios japoneses. Y eso me hizo tomar mi primera gran decisión: me quedaría en Brasil durante tres o cuatro años y luego regresaría a Japón.

Seis meses después, sin embargo, me puse nuevamente en jaque. Recordé las palabras del Maestro Mas. Oyama:

¿Qué vas a hacer volviendo a un país tan pequeño y estrecho si allá, en Brasil, que es 25 veces más grande, seguro que tendrás más chances? Me gustaría que expandieras los principios de Kyokushin en Sudamérica y sirvieras de base para la introducción de esta actividad…”.

También comencé a pensar en las palabras de mis estudiantes brasileños:

Ya estábamos acostumbrados a sus métodos. Si se queda con nosotros solo cuatro años y luego regresa a Japón, nos enviarán otro y nunca sabremos en quién confiar o quién seguir sus pasos…”.

Así que decidí hacer una apuesta conmigo mismo. Vería hasta dónde podía llegar y qué podía hacer para que Kyokushin fuera conocido por todos.

En agosto de 1973, se fijó mi objetivo.

A partir de entonces comencé a dedicarme intensamente a descubrir formas de mejorar la enseñanza de Kyokushin y hacer que los adeptos confiaran en mí y siguieran mis pasos. Quería crear, en Sudamérica, atletas de alto nivel capaces de enfrentarse a oponentes de diferentes países.

Después de años de duro entrenamiento y convivencia con varios alumnos, surgieron muchos espléndidos practicantes, pero ninguno logró superar ni igualar el nivel técnico de tres atletas: FRANCISCO FILHO, GLAUBE FEITOSA y EWERTON TEIXEIRA.

Desde el principio, crecieron como grandes atletas, compitiendo por las primeras posiciones con karatekas de clase mundial. En 1999, Francisco Filho se convirtió en campeón mundial, logrando así uno de mis objetivos cuando vine a Brasil.

Filho y Feitosa dejaron un camino seguido por otros brasileños, como Diogo Silva, Eduardo Tanaka, Riyuji Isobe, Rodrigo Kotake, Sérgio da Costa y el mismo Ewerton Teixeira, quienes juntos ganaron el Mundial por Equipos en 2002.

Teixeira aún ganaría la categoría Mundial por peso de 2005 en la categoría de peso pesado, junto con Andrews Nakahara, ganador en la categoría de peso mediano. En 2007, Teixeira nos trajo el segundo campeonato mundial, consolidando la supremacía de Kyokushin Brasil.

Pero, para que los competidores brasileños llegaran a ese nivel y se convirtieran en atletas de renombre y muy respetados, además de mi compromiso, fue fundamental el apoyo del Coronel REIZO NISHI. No podía dejar de mencionar a mi amigo de más de 30 años, el capitán MÁRIO UETI.

También agradezco a la familia OKAMOTO por sus consejos y, principalmente, a la familia que creé aquí en Brasil, que supo comprenderme sin contradecir mis quejas.

Debo destacar el apoyo recibido de todos los superintendentes de esta modalidad, instructores y alumnos que participan o alguna vez participaron de la familia Kyokushin.

La formación no es un camino de flores; Es una rutina repetitiva y simple. Soportar esta rutina es lo más importante, es el medio para adquirir confianza en uno mismo, la base del autocontrol, y luego adquirir la completa y perfecta serenidad de espíritu”.

Shihan Seiji Isobe